Ya en bastantes ocasiones se ha usado la célebre frase apócrifa atribuida al Rey Luis XIV de Francia para describir con sátira el modo de gobernar de Gustavo Petro, y alguno podrá pensar que el chiste ya está muy trillado, pero me excuso el uso del lugar común porque tal vez jamás ha sido más literal la veracidad de esta frase para describir al mandatario que con la crisis diplomática en la que ha estado sumergido desde hace unos meses con su homólogo argentino, Javier Milei.
Tanto Petro como Milei son políticos con la cualidad característica de muchos populistas del siglo XXI de no ser para nada políticamente correctos a la hora de dar sus opiniones. Casi nunca se esmeran en ser cordiales con sus palabras sobre alguien si lo que piensan de él no lo es, y para ambos esto ha sido un elemento clave en campañas electorales para convencer a la gente de su genuinidad y compromiso de representación con la gente del común, especialmente en el caso de Milei con su afrenta al establecimiento progresista de los Kirchner en su país.
Siendo mandatarios que llegaron al poder en años consecutivos en el mismo continente, estando situados en extremos ideológicos opuestos, y teniendo ambos esta fama de hablar sin tapujos, se sabía que era cuestión de tiempo antes de que por medio de discursos o en foros regionales tuvieran duros enfrentamientos que quedarían grabados para la historia en la prensa de todas partes de América Latina. Lo que tal vez no era evidente es que en algún momento esto fuera a significar un perjuicio para las relaciones diplomáticas entre Colombia y Argentina, como lo ha acabado permitiendo el ego del presidente colombiano.
Todo empezó el 26 de enero de este año, cuando Milei en una entrevista describió a Petro como “un comunista asesino que está hundiendo a Colombia”, y la reacción inmediata del gobierno colombiano fue emitir un comunicado rechazando esas palabras y llamar a consultas a nuestro embajador en Argentina, Camilo Romero. ¿Hizo mal el presidente argentino al decir eso? Sí, ya que difamó a otro jefe de Estado al llamarlo asesino sin que le conste si Petro realmente mató por mano propia a alguien durante su tiempo como guerrillero del M-19; lo de comunista hundiendo a Colombia ya es un elemento de opinión que Milei está en su derecho de decir, si bien con buena razón sea visto como un comentario irrespetuoso o al menos indecoroso.
Pero la cosa no se detuvo ahí, sino que casi exactamente un mes después, a la salida de un evento en Estados Unidos, Milei volvió a opinar de Petro al ser preguntado al respecto por una periodista, y en esa ocasión dijo de él que “está hundiendo a los colombianos. Es una plaga letal para los propios colombianos”; nuevamente, nuestro gobierno rechazó públicamente esas declaraciones.
La situación llegó a un estado crítico el pasado 27 de marzo, cuando en una entrevista para CNN, Milei habló despectivamente de Petro por tercera vez, diciendo que en su pasado “era un asesino terrorista, comunista”. En esa ocasión la reacción de Petro fue ordenar la expulsión inmediata de los diplomáticos argentinos en nuestro país, pero afortunadamente antes de volverse una decisión irreversible, las cancillerías de ambos países lograron hacer las paces y todo volvió a la normalidad.
Dicho de otra manera, estuvimos a punto de acabar nuestra relación diplomática con Argentina porque nuestro presidente se sintió ofendido por lo que el mandatario argentino genuinamente piensa de él. Lo de Petro fue una reacción totalmente desproporcionada; al Milei referirse a título personal sobre él de manera negativa, lo natural era que, si pensaba reaccionar de alguna manera, fuera con algo que también fuera personal, no tomando decisiones explosivas donde los que salieran perdiendo fueran los pueblos argentinos y colombianos que nada tenemos que ver con la pelea entre nuestros presidentes.
No solo fue Petro desmedido en su reacción, sino también un completo hipócrita. La última persona sobre la faz de la tierra que tiene autoridad moral para exigir respeto de Javier Milei es Gustavo Petro, porque él mismo también ha insultado fuertemente a su homólogo argentino, y bastante antes de que lo hiciera públicamente Milei. Recordemos que, durante la campaña presidencial de argentina, Petro abiertamente respaldó la candidatura de Sergio Massa en una serie de mensajes que más allá de exaltar una posible presidencia de Massa, acusaban a Milei de ser un hombre que traería “la barbarie” a la Argentina y de calcar el discurso de Adolfo Hitler.
Preguntas valiosas que tengo para Petro: ¿Entre llamar a alguien comunista asesino y tildarlo de nazi, cuál es peor? ¿Cambia el fundamento moral de lo que hice si insulto a un hombre antes o después de que adquiera un título mundano? ¿Un presidente puede insultar a cuanto político extranjero quiera a no ser que ese extranjero sea también presidente?
Según un informe de 2022 de la Dirección Nacional de Población, en Argentina actualmente viven cerca de 110.000 colombianos, una buena parte de ellos siendo los estudiantes universitarios por los que Petro tanto se preocupaba hace cinco meses cuando el gobierno argentino presentó una ley a su congreso que incluía hacer que estos estudiantes tuvieran que comenzar a pagar sus carreras. Por cierto, en esta ocasión Petro mintió sobre las acciones del gobierno Milei al decir que “literalmente fueron expulsados de ese país” en un trino, y Milei, como un presidente normal que tiene mejores cosas de las que preocuparse que de lo que piense un presidente al otro lado del continente de él, no reaccionó en absoluto.
Por otro lado, según un censo de la ONU de 2020, en Colombia actualmente viven más de 5.700 argentinos, y según el Observatorio de Complejidad Económica (OEC) nuestras exportaciones a Argentina sumaron 429 millones de dólares y las de ese país al nuestro superaron los 1.46 mil millones. ¿Tomó Petro en cuenta el impacto sobre la economía y sobre las vidas de estos 115.000 hermanos latinos que tendría su decisión de expulsar a los diplomáticos argentinos de nuestro país? Obviamente no, y por eso tuvo que ser iniciativa de los respectivos ministerios de relaciones exteriores arreglar el desastre que casi causa; a Dios gracias que el gobierno argentino quiso enmendar las cosas aún después de la manera tan acalorada de actuar de nuestro presidente.
Por si fuera poco, esa no fue la primera vez que nuestro presidente decidió, por convicciones netamente personales, tomar decisiones que literalmente afectarían a todo el país sin tan siquiera anunciarlo previamente. El gran tema del que se ha apropiado Petro para usarlo como eje central de más o menos la mitad de sus discursos ante audiencias internacionales es el de la guerra que se viene librando entre Israel y Hamás desde el 7 de octubre de 2023.
Hasta el sol de hoy, el presidente no se ha expresado públicamente una sola vez rechazando el atentado terrorista que dejó más de 1.200 muertos en Israel con el que inició la guerra. No es que sea una obligación hacerlo, pero puede serlo en su caso puntual, ya que sin pelos en la lengua ha descrito múltiples veces los ataques israelíes sobre Gaza como un genocidio, y ha llegado incluso a sugerir que el gobierno de Israel sigue tendencias afines al nazismo alemán de 1933. Para rematar, con esa retórica claramente tan inclinada a un lado de la balanza, en octubre tuvo el descaro de proponer a Colombia como mediadora de un eventual proceso de paz entre las partes, cosa que solo le ganó desprecio de parte del gobierno de Israel.
Tras meses de cruces de palabras tensionantes entre nuestro gobierno y representantes del de Israel, el 26 de febrero Gustavo Petro tomó la gran decisión de castigar la conducta de Israel hacia el pueblo palestino y hacia él mismo suspendiendo toda compra de armamento israelí por parte del Estado colombiano, y exactamente un mes después anunció que Colombia rompería relaciones con Israel si este no cumple la resolución de cese al fuego promulgada por el Concejo de Seguridad de la ONU. Esto último lo cumplió definitivamente el 02 de mayo de este año tras anunciarlo con bombos y platillos en la marcha del primero de mayo.
¿Será que el presidente genuinamente piensa que el que sale perdiendo con esas decisiones es Israel, o es que no le importa cómo haga daño a su propio país desde que la comunidad internacional sepa que Gustavo Petro Urrego de Colombia condena la conducta bélica de Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel?
La lista de elementos bélicos usados por nuestra fuerza pública procedentes de Israel es extensa. Según reportes de Infobae, a la industria de ese país le solíamos comprar dos tipos de aviones para la Fuerza Aérea (entre los cuales están los reconocidos aviones de combate Kfir), un modelo de helicóptero, un modelo de rifle, un modelo de fusil, uno de pistola semiautomática, uno de ametralladora, dos modelos de misiles antitanques, un modelo de vehículo de artillería, y un modelo de batería antiaérea.
¿Qué vamos a hacer ahora para encontrar reemplazos futuros de esos equipos? La cantidad de clientes de la industria bélica de Israel es bastante más extensa que la nuestra de proveedores para armar al Estado, y por cuestiones éticas de nuestro presidente de turno frenamos espontáneamente la compra de uno de estos pocos; ósea en efecto, Petro nos hizo perder a los colombianos.
La lógica base de la que ha partido la actuación del presidente en ambos de estos casos es que se toma muy literalmente su función como primer y máximo representante del país ante la comunidad internacional. Pareciera que, en su mente, Petro no se considera representante del Estado Colombiano, sino que es el Estado Colombiano; de ahí el parecido con el monarca pasado francés.
Lo peor es que eso no es ni siquiera conjetura mía, sino que es lo que la gente afín a su sector político pareciera creer confesamente por lo que han dicho al respecto de estas situaciones: “Cuando un extranjero insulta al Presidente de Colombia, insulta a toda nuestra nación”, trinó el embajador Roy Barreras recientemente comentando sobre la crisis diplomática con Argentina; “Como colombiano no se puede tolerar el insulto al presidente Petro por parte de otro mandatario”, trinó también el congresista David Racero hablando de lo mismo.
Para mí, eso no es cierto. Sea Milei, o el extranjero que sea, si insulta a Petro, el insultado es Petro, no yo, ni Colombia, ni nadie más realmente; tal vez se pueda ofender un votante suyo al sentir que parte de lo que se diga del presidente por afinidad ideológica aplica a él también, pero eso sería una interpretación netamente personal. ¿Y es que acaso es muy diferente que el insulto venga de un compatriota a que venga de un extranjero? Bastantes peores calumnias dicen otros colombianos del presidente, y varias figuras públicas de la oposición no lo bajan de guerrillero, pero nadie por eso propondría la barbaridad de quitarles derechos políticos o echarlos del país. No puede ser que sea locura para un colombiano pero que sea sensato si es contra un argentino que se hace.
A mí me queda claro por qué la apresurada toma de decisiones tan impactantes de parte del presidente en ambos casos: si el Estado soy yo, y tras firmar el fin de una relación diplomática yo sigo divinamente, entonces el Estado sigue divinamente y no pasó nada; esos estudiantes por allá al sur que se van a quedar sin servicios consulares locales son un mito de la extrema derecha, propaganda para expandir el ‘1933 global’. Desde que Petro siga pensando así, ni va a voltear a mirar a los estragos que dejen sus medidas diplomáticas radicales, ni va a consultarle a nadie si es la voluntad del pueblo del que es tan fanático antes de seguir cerrando nuestras puertas al mundo por caprichos personales.
Es increíble e inaceptable que en pleno siglo XXI, en el hemisferio occidental donde nacieron las democracias modernas, y específicamente en un país clave para la liberación de América del yugo de la corona española como lo es Colombia, todavía queden hombres que sin sonrojarse hagan igual que el antiguo monarca opresor de un país colonizador y digan: ¡El Estado soy yo!