Hace un par de meses salía de mi casa en carro, relativamente tarde para un compromiso, cuando se encendió un testigo rojo en el tablero: “Presión de aceite baja. Detenga el vehículo de inmediato”, se leía en la pantalla.
Afortunadamente, salí bien librado del problema, pues tenía la tranquilidad de saber exactamente cuál era la causa. Resulta que el carro tenía desde hace algún tiempo una fuga pequeña en el sistema de lubricación. Sí había un nivel bajo de aceite, pero no crítico; simplemente, el sensor había sido engañado momentáneamente. Bastó con ir a comprar aceite y echarlo para que se apagara el testigo. Evidentemente, eso no resolvió el problema de fondo, pero sí compró tiempo para poder arreglarlo en un momento más oportuno.
Sin embargo, no todos corren con la misma suerte. De hecho, lo más común es que estas fallas se presenten sin nosotros tener idea del porqué. Ahí es cuando acudimos a la temida opción de pegarle una visita de emergencia al mecánico, y digo temida porque, salvo que ya tengamos uno de confianza, para muchos mandar a arreglar el carro es dar un salto al vacío con la posibilidad de ser estafados.
Todos hemos escuchado -o vivido- alguna historia así: tu tía la que fue por un testigo de “check engine” y le salieron con que revisando el carro dizque encontraron una manguera rota que tocaba cambiar, o la vez que de pura primiparada les creíste que había que cambiar unas pastillas de frenos con las que no habías sentido ningún problema, pero te dejaste convencer de que era mejor prevenir que lamentar… y así muchos casos más.
Pues queridos lectores, lamento decirles que hoy esa persona engañada por el mecánico deshonesto somos todos los colombianos. Imaginemos que la economía laboral colombiana es nuestro carro, y veníamos andando con el testigo de check engine encendido en amarillo hace bastante tiempo, pero no le habíamos puesto atención realmente hasta llegado el gobierno Petro. Entonces, decidimos llevarlo al taller de los políticos, y ahí todo pasó de mal a peor.
“Ah, pero ese testigo se prende por cualquier cosa, seguro es un problema en otro sistema, sino que el carro cree que está en el motor; vamos a revisarlo todo igualmente” nos aseguró el mecánico de overol marca Pacto Histórico. “Ese arreglo se lo tenemos en un par de meses, patrón, usted tranquilo”, añadió otro de overol verde mientras felizmente anotaba sus horas de cobro.
Cerca de tres años más tarde, finalmente nos han devuelto el carro, ¿y qué arreglo le han hecho? Bueno, pues cambiaron el radio, limpiaron la cabina y le quitaron el exhosto, que porque así sonará mejor. ¿Y el testigo por el que vinimos? Ahí sigue. Y es solo cuestión de tiempo antes de que pase de amarillo a rojo y tengamos un problema verdaderamente mayúsculo en nuestras manos.
Eso es, en resumidas cuentas, lo que nuestros congresistas acaban de hacernos con la reforma laboral aprobada la semana pasada, tras años de discusión y no pocas controversias legales durante su votación. Es innegable que en materia laboral Colombia tiene serios problemas desde hace años, pues tenemos algunas de las cifras más paupérrimas del continente esta materia; veamos algunas de ellas: según el DANE, la tasa de desempleo promedio en nuestro país en lo corrido del siglo XXI se ha ubicado hasta ahora cerca del 11,7%, mientras que en Estados Unidos ese promedio ha sido apenas del 5,7%. Podemos ver la diferencia histórica entre ambos países en la siguiente gráfica.
Si queremos compararnos con más países, podemos acudir al informe de desempleo de la OCDE al cierre de 2024, que revela que la tasa promedio de los países miembros para ese periodo fue de 4,9%, mientras la nuestra fue del 10,2% (la segunda más alta de todos). En ambas de estas comparaciones, duplicamos las tasas a las que deberíamos aspirar.
Otros ejemplos de cifras escandalosas son aquellas relacionadas con el tiempo y productividad de nuestro trabajo. Según datos de la OCDE recopilados en 2023, Colombia es el país con las jornadas laborales más largas de los 38 miembros: 2.405 horas anuales por persona. Y, aun así, somos el menos productivo de todos: en 2024 nuestra hora de trabajo aportó solo 17 dólares, o 71.000 pesos, al PIB, mientras que el promedio de la organización fue de 52 dólares por hora.
Con esto sería fácil caer en el error de aplaudir las intenciones de la reforma laboral al aumentar las horas extras y el recargo nocturno y dominical, creyendo que así se compensa de manera más justa tantas horas de trabajo. Pero ahí estaríamos omitiendo una pregunta crucial a la hora de entender la raíz de nuestro problema: ¿y qué hacen los países exitosos de diferente?
La respuesta, en palabras cortas, es dar libertad.
Tomemos como ejemplo a Irlanda, el país con mayor productividad por hora trabajada en la OCDE: más de 160 dólares por hora, frente a los 17 de Colombia. ¿Qué hace diferente? Para empezar, cobra solo un 12,5% de impuesto de renta a las empresas, muy por debajo del 35% que cobramos en Colombia, el cual a su vez está lejos del promedio de la organización: 23,85%.
Aquí tomaré prestada una frase que por estos días le hemos escuchado a otros críticos de la reforma en redes sociales: la riqueza no se decreta. Los países exitosos no impusieron el bienestar por ley esperando que las empresas se adaptaran, sino que las han dejado prosperar por muchos años, de manera que incluso muchas veces ha partido de la iniciativa privada el bienestar de los trabajadores. No olvidemos que Ford implementó la jornada laboral de ocho horas a la semana antes de que fuese ley en Estados Unidos, buscando precisamente optimizar la productividad de sus empleados, o que ninguna ley obliga a las empresas de Silicon Valley hoy a manejar espacios laborales tipo club social; todo eso es obra de la iniciativa privada casando el interés del empleado con el del empleador.
Y los estorbos a la libertad empresarial no vienen solo de impuestos altos. También están en los monopolios regulados, normas comerciales ambiguas, controles de precios, tarifas onerosas ante cámaras de comercio, y entidades públicas de control de calidad abusivas. Todo eso hace parte de la realidad cotidiana colombiana y desincentiva la formalidad, además de erosionar nuestra productividad. No por nada el Instituto CATO nos otorga una calificación de 6,54 en libertad económica, ubicándonos en el puesto 86 entre 165 países.
Y aquí volvemos al testigo con el que llegamos al taller de los políticos, que es claro desde hace tiempo: la informalidad. Si algo refleja el exceso de rigidez en el sistema laboral colombiano es que más de la mitad de los trabajadores siguen por fuera de la legalidad. En el trimestre de febrero a abril de este año, según el DANE, la tasa de informalidad laboral subió al 56,8%. Lo peor es que, lejos de ser un incremento estrepitoso del cual podamos culpar al gobierno de turno, llevamos ya años con esta cifra rondando el 50%, como lo evidencia la siguiente gráfica.
Este es el meollo del asunto. Porque esta reforma no ayuda al “verdadero pueblo” del que le fascina hablar al presidente, sino solo al 43% más afortunado del país que cuenta con un trabajo formal. Paradójicamente, terminó favoreciendo a los (empleados) “ricos”, no a esa mitad del país que lleva décadas excluida del mercado laboral, muchos en lo que coloquialmente llamamos “rebusque”.
En segundo lugar, como ya muchos líderes de opinión, y aún la propia oposición en el congreso lo han señalado, debemos considerar que elevar los costos de la contratación formal al incrementar los recargos, validar más excusas para acceder a licencias remuneradas, y restringir las opciones de contratación por prestación de servicios solo forman barreras para que la gente pueda acceder al trabajo formal. Es decir, no solo la reforma no hace nada por la mitad del país que trabaja informalmente, sino que la aleja todavía más de poder acceder a los beneficios, viejos y nuevos, de un trabajo formal.
Como regla general, estas son regulaciones contrarias a las fórmulas del éxito de la mayoría de países que lideran los indicadores laborales y económicos de la OCDE. Pero tal vez lo más desconcertante ni siquiera es la reforma presentada por el gobierno en sí, sino cómo la oposición en ningún momento confrontó ideológicamente el proyecto.
Es verdad que dieron los debates en contra de la reforma, y se les abona haber demandado los mecanismos inconstitucionales con que se trató de aprobar también, pero al final la Comisión Cuarta aprobó un proyecto prácticamente igual al del gobierno, y luego la plenaria del Senado celebró con entusiasmo una conciliación que no introdujo matices. La oportunidad de marcar un contraste real se perdió del todo.
No basta con decir por qué algo no conviene, hay que mostrar alternativas, y en un caso que viene tan mal desde antes como el colombiano, ¿por qué no hablar incluso de una contrarreforma? ¿Dónde están las propuestas que permitan a nuestras ciudades operar 24 horas con mayor flexibilidad? ¿O que les abra puertas a tantos jóvenes desempleados en el país para quienes recibir el mismo salario mínimo que una madre cabeza de hogar no es un beneficio, sino una barrera para ser contratados? ¿O la que le permita al trabajador disponer libremente de la totalidad de lo que gana, en lugar de aportar a sistemas que ya no le garantizan seguridad ni retorno?
Estas no son ideas extremas, ni ilusiones ingenuas, son solo soñar en grande con hacer verdaderos cambios en un sistema que sigue dejando por fuera a la mitad del país. Sorprende que, incluso entre los más férreos opositores al gobierno, uno nunca escucha ideas como esas. No les han presentado una alternativa real a los votantes, y si no ellos, ¿quién?
Además, no podemos olvidar que prácticamente todos quienes hoy hacen parte de la oposición en algún momento fueron gobierno, bien sea hace tres, siete, o quince años. Sus decisiones y omisiones explican en gran parte que esa gráfica de informalidad sea tan plana. El testigo en el tablero llevaba años encendido, parece que toda la clase política se hacía la de la vista gorda, y ahora, en lugar de solucionarlo, han contribuido a empeorar la falla.
Al final del día, en el taller de los políticos siempre será más rentable cambiar las piezas visibles que revisar el motor. Pero mientras sigamos ignorando lo esencial, lo único seguro es la pérdida total más adelante.
4 Responses
Excelente artículo y muy claro
Felicitaciones
Me encantó, que buen análisis de la situación. Felicitacioens
Precisión quirúrgica en este muy bien sustentado análisis. Devastador retrato de la realidad que se vive. Desbarata la ilusión de que el desempleo es de apenas el 10 u once por ciento en Colombia. No señor!, el verdadero desempleo es más cercano al 50%, esa es en términos reales, la verdad!
Excelente comparación!!!El testigo encendido del carro con lo que está pasando actualmente en el país!!