Este pasado junio la prensa colombiana tuvo un fin de mes muy agitado, lleno de controversias, señalamientos, demandas, y acusaciones, bañadas en su mayoría en mentiras de parte del sospechoso de siempre cuando de atacar a la prensa se trata: Gustavo Petro. Repasemos los hechos: todo empezó el 23 de ese mes, cuando la periodista María Jimena Duzán publicó en la Revista Cambio un derecho de petición para Laura y Andrés Sarabia, indagando sobre las presuntas actividades ocultas como lobista del hermano de la segunda al mando en Colombia, las cuales habían empezado a ser reveladas desde el 19 de junio por el medio independiente ‘Desigual’.
La primera persona en reaccionar violentamente ante este trabajo periodístico fue la misma Laura Sarabia, que desde que ese medio le hizo preguntas sobre la información antes de publicarla, respondió por medio de su abogado amenazando con denunciar al medio en caso de que realizaran la publicación. Esta amenaza se materializó el 25 de junio, cuando el abogado de Andrés Sarabia demandó penalmente al periodista Alejandro Villanueva, director de Desigual, ante la Fiscalía General de la Nación; denuncia que sazonó ante los micrófonos de la prensa insinuando que las publicaciones hablando de Andrés Sarabia eran prepagadas por seres oscuros interesados en desprestigiar a los hermanos Sarabia. Por supuesto, la insinuación iba cobardemente acompañada de un “posiblemente” para evitarse una contrademanda por difamación de parte del periodista.
Las declaraciones ante la prensa del abogado probablemente también estaban motivadas por la publicación de María Jimena Duzán un par de días antes, quien después también recibió como respuesta (ahí sí firmada por la protagonista misma de este gobierno) una amenaza de denuncia penal por hacer preguntas no autorizadas por el régimen. La diferencia con el caso de la publicación de Duzán es que esta ameritó respuesta del propio presidente Petro. Al día siguiente de la acción penal de los Sarabia, él se refirió al asunto en un trino diciendo que, pese a respetar la carrera periodística de María Jimena, veía su intento de hacer preguntas como estar siguiendo los pasos de Vicky Dávila, que calificó como “un camino de desacierto y mentira”. Al final del trino está la frase clave que desató la tormenta: llamó al periodismo involucrado en este caso el “periodismo Mossad”.
He respetado en su vida periodística a María Jimena, la consideró una periodista de verdad y víctima de la violencia paramilitar. Pero seguir la carrera de Vicky es un camino de desacierto y mentira.
— Gustavo Petro (@petrogustavo) June 26, 2024
Insinuar que yo cambio cargos en mi gobierno por consejas, es un verdadero…
Como después lo explicó la periodista de Cambio en el programa ‘El Reporte Coronell’, el mismo día en que el jefe de Estado amaneció estigmatizando su trabajo como el de una espía maligna de un gobierno extranjero, recibió llamadas de números desconocidos amenazándola y llamándola una ‘terrorista del Mossad’ (no olvidemos que para la secta antisemita que representa el presidente, el gobierno israelí y todas sus instituciones son los verdaderos terroristas, no los islamistas radicales que violan por deporte y abiertamente le desean la muerte a todo occidente).
Por esos mismos días, se venía hablando en medios de las presuntas chuzadas por parte del gobierno a la Corte Constitucional que denunciaba el magistrado y vicepresidente de la corte, Jorge Enrique Ibáñez. Al presidente tampoco le gustó que los medios estuviesen cumpliendo la elemental función de informar al público sobre las denuncias que hacía el magistrado, y entonces aprovechó la ceremonia de ascensos de la Policía Nacional del 25 de junio para calificar a nivel generalizado a la prensa colombiana de lo mismo: “prensa Mossad”.
Cuando inevitablemente la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) oficialmente se pronunció condenando la infantil y tiránica estigmatización que hacía el presidente de los medios colombianos, Petro, mesurado y autocrítico como solo él sabe serlo, respondió en un trino preguntando “¿Cuándo la Flip de Pacho Santos defenderá la ciudadanía contra la calumnia vestida de información?”.
¿Y cuando la Flip de Pacho Santos defenderá la ciudadanía contra la calumnia vestida de informacion? https://t.co/ZprsqcvmyZ
— Gustavo Petro (@petrogustavo) June 29, 2024
Con eso se ganó su segundo pronunciamiento de la FLIP en tan solo tres días. En esta ocasión, la organización más importante que tenemos en Colombia los periodistas para la defensa de nuestro trabajo y derechos le aclaró al presidente que Francisco Santos fue de los miembros fundadores de la organización junto con su primo Enrique Santos, pero que no participa de ella de ninguna manera desde hace 20 años. También le recordó que la organización ha sido la mejor herramienta que han tenido los periodistas regionales para combatir la censura violenta por parte de toda suerte de poderosos y criminales, como los paramilitares, con quienes Petro insinuaba con su trino que tiene relación y/o afinidad la FLIP. Las palabras del presidente en ese trino, por tanto, fueron un insulto a la misma razón de ser de la FLIP y a la memoria de todos los periodistas regionales asesinados por realizar su trabajo; no fue un problema menor.
Sin embargo, ya habiendo dejado claro que la forma de expresarse del presidente y sus mentirosas acusaciones a la ligera no tienen justificación alguna y son propias de un tirano violento, debo decir que la pregunta que planteó ahí el presidente, así como otras que hizo en los días siguientes sobre el balance entre el derecho a la libertad de prensa y su derecho al buen nombre, abre una discusión que desde hace un buen tiempo me llama la atención lo tabú que tiende a ser dentro del gremio: la calidad del periodismo colombiano.
La función de organismos como la FLIP es crucial para el sano ejercicio periodístico, sobre todo en países tan peligrosos para la profesión como Colombia. Sin entidades como esta que visibilicen las amenazas que reciben los colegas en circunstancias más vulnerables, que les brinden apoyo jurídico cuando son acosados vía demandas, y que por medio de investigaciones y mediciones de datos cuantifiquen el nivel de respeto que se da a la libertad de expresión en el país, ejercer esta profesión para muchos sería bastante más complejo y riesgoso (sobre todo aquellos trabajando independientemente o en medios pequeños), y por tanto perdería toda la ciudadanía al recibir una cantidad, variedad, y calidad de información reducida. Por supuesto, es fundamental que este tipo de entidades se esmeren en ser objetivas al realizar su trabajo y jamás se politicen, ya que de eso depende que todo periodista, sin importar los blancos de sus investigaciones o su línea de opinión, pueda recibir ese apoyo. Con eso dicho, creo que a la hora de poner en práctica esos principios, una consecuencia involuntaria es que se termina generando un ambiente hostil hacia toda crítica a la prensa, sin considerar casos donde puede estar perfectamente justificado.
De esto también se ha vivido un ejemplo muy puntual en días recientes: el pasado 4 de julio, la FLIP emitió un comunicado en el que solicita que al concejal de Bogotá por el Centro Democrático Daniel Briceño se le abra una investigación disciplinaria en la Procuraduría General de la Nación por lo que ellos llaman “repetidas estigmatizaciones” al medio público RTVC. Como lo dicen en el comunicado, no es la primera vez que tienen una altercación con el concejal por sus opiniones sobre ese medio, al punto que ya le habían enviado tres cartas en los últimos meses llamándole la atención por su conducta antes de este último comunicado público.
¿Pero cuál fue el gran pecado del concejal que tiene a la FLIP tan preocupada? Decir lo que prácticamente toda persona sensata sabe que es verdad sobre RTVC bajo el gobierno de Gustavo Petro: que es una máquina de propaganda y desinformación. ¿Cómo se puede afirmar lo contrario, cuando el actual director del medio fue candidato por el mismo partido del presidente a la Alcaldía de Bogotá hace cinco años, concejal de la misma colectividad en el periodo anterior a esa elección, y fue también el gerente de Canal Capital cuando Petro fue alcalde? Ese señor, Hollman Morris, no es periodista, es un jefe de prensa de la Colombia Humana y siempre lo ha sido, ¿dónde está el peligro en que Daniel Briceño reconozca y critique esa verdad?
Aparte de eso, el concejal ha revelado en múltiples ocasiones las escandalosas sumas de dinero que se ganan en este gobierno varios influencers petristas, algunos contratados como asesores de comunicaciones (como Daniela Beltrán, conocida como ‘Lalis’ en Twitter), y otros como periodistas de RTVC, que es el caso del youtuber ‘Wally Opina’ y David Rozo, también conocido en Twitter como ‘Don Izquierdo’. En el caso puntual de David Rozo, Briceño en varias ocasiones se ha quejado de su designación como “periodista” según el contrato con el que gana cerca de seis millones al mes, siendo que no posee credenciales ni académicas ni laborales para graduarlo como tal.
Nuevamente, yo veo esto como un asunto de sentido común, pero la FLIP no lo ve así: le parece que, como servidor público, al opinar el concejal sobre qué periodistas y qué tipo de periodismo es válido o no, “mina la legitimidad constitucional que tiene la prensa en su diversidad”, para ponerlo en sus palabras exactas.
Volvamos a las palabras violentas de Petro de hace unas semanas: yo entiendo y comparto la opinión de que las estigmatizaciones del presidente representan un peligro para los periodistas contra los que las lanza, ¿pero estas actuaciones de Daniel Briceño en qué sentido representan un peligro para David Rozo o Hollman Morris? Ninguno. En este caso, la FLIP está accidentalmente funcionando como un escudero incondicional del medio público, persiguiendo a sus críticos e instigándolos a guardar silencio, lo cual es inaceptable. Por pasarse de la raya defendiendo la libertad de prensa, están atacando el derecho fundamental de un ciudadano y servidor público a la libre expresión.
Este problema de hostilidad hacia la crítica honesta no está solo en la FLIP, cuyo pecado uno podría decir que no es tan grave al tratarse de estar cumpliendo su trabajo, nada más que involuntariamente de manera sobreprotectora; también veo que permea la forma de actuar de ciertos periodistas que a veces adoptan conductas absurdas de victimización, al punto que no les permiten a otros periodistas cuestionar su trabajo porque ya lo llaman ataque a su libertad de prensa. De esto hay un ejemplo que tiene que ver con los sucesos recientes entre el gobierno y los periodistas que se describieron anteriormente…
En su columna del 30 de junio titulada ‘No me van a callar’, María Jimena Duzán escribió sobre la violenta e inadecuada reacción del gobierno a sus preguntas para los hermanos Sarabia, y aprovechó el primer párrafo para incluir un cuestionamiento a unos comentarios negativos que hizo su colega Darcy Quinn el 28 de junio en ‘La FM’ sobre la situación legal de María Jimena, resaltando que le parecía especialmente ilógico que ella se pusiera del lado de Laura Sarabia siendo que, en su opinión, antes era “una acérrima defensora del gobierno Duque”. En Twitter/X, Darcy Quinn contestó a ese aparte de la columna de Duzán negando haber sido una defensora del gobierno pasado, pero además dijo que lo que hacía su colega en esa columna era “lo mismo que Gustavo Petro está haciendo en su contra”, y cerró su respuesta preguntando si es que María Jimena Duzán practicaba el periodismo caníbal.
La colega @MJDuzan defiende la libertad de prensa atacando al periodismo …no entiendo esta contradicción ? …nunca fui defensora del gobierno Duque y solo “informé” de las acciones de @laurisarabia en su contra …@MJDuzan usted me está haciendo a mi lo mismo que @petrogustavo… https://t.co/ATuBvQMQrQ
— Darcy Quinn (@darcyquinnr) June 30, 2024
¿En qué mundo es comparable decir que un periodista defendió ilógicamente el actuar de un gobierno con acusarlo de comportarse como un espía terrorista extranjero? No tiene nada que ver una cosa con la otra, y si la colega Darcy Quinn trata comentarios tan dóciles como ese como “un ataque al periodismo”, entonces eso quiere decir que funcionalmente se percibe intocable. Esa es la peor actitud que puede asumir un periodista si quiere estar verdaderamente comprometido con la libertad de expresión, que no existe para que a uno le echen rosas, sino “para permitir hablar a quienes uno no quiere oír”, como dijo en su momento el autor George Orwell.
Pero la actitud obtusa a las críticas de algunos colegas no se excusa solamente en interpretaciones exageradas de los derechos de la prensa. Hay unos que afortunadamente admiten a los demás el derecho a criticarlos, pero igual invalidan esas críticas de otras maneras; por ejemplo, cuando vienen de otros periodistas, recurren a la falacia ad hominem, tratando de destruir la imagen y reputación de quien los critica para que la opinión que emite ya no sea válida ante los ojos de sus seguidores. Dentro de esta categoría uno puede encontrar personas como una que se ha hecho viral por usar adjetivos calificativos contra sus colegas (y mentores) como “tipejo”, “peludo”, “archibaldo”, “misógino”, “gatito de sala”, “activista de extrema izquierda”, entre otras palabras que son arrojadas después de que a sus compañeros se les ocurra la salvajada de cuestionar cosas como por qué dirige un medio que encuentra la manera de presentar una mala imagen de Petro hasta hablando de fútbol, o por qué según su editorial las fallas de un gobierno son un proceso de aprendizaje pero las del otro son señal de que el país va irremediablemente ‘mal’. Este es el caso de la directora de Revista Semana, Vicky Dávila, que, en efecto, al referirse a algunos colegas habla como una versión apta para todas las edades (pero igual de patán) del nuevo ministro de educación.
Hasta ahí dejo ese ejemplo porque creo que para criticarlo abordando todas sus fallas de manera integral, amerita dedicarle su propia columna o video más adelante, ya que se sale del tema de este texto.
Volvamos al punto: todos podemos estar de acuerdo en que la vil mentira, la estigmatización violenta y antisemita, y la persecución judicial contra los periodistas, especialmente viniendo del gobierno, son atentados fuertes y totalmente inadmisibles contra la libertad de expresión y por consiguiente la democracia liberal. Pero de ahí a exigir que cada quien sea dejado en paz en su esquina ejerciendo el periodismo como bien le parezca, y que sea prohibido que aún entre colegas podamos criticar el trabajo de los demás, hay una gran diferencia. El periodismo funcionalmente es un cuarto poder, y por tanto debe someterse al mismo escrutinio público que las tres que conforman al Estado; si cobardemente lo evadimos, corremos el riesgo de dar la impresión de estar creyéndonos unos ciudadanos de primera clase con derechos especiales e intocables por las palabras de la clase popular, o incluso nuestros propios colegas.
Es un sentir así el que llegaron a despertar los grandes medios estadounidenses en la llamada “clase trabajadora” conservadora del sur de su país, plantando así las semillas del movimiento que ha acabado por ser su verdugo: el trumpismo. Creo que desafortunadamente ya existe ese mismo sentir entre las juventudes de izquierda en Colombia (no por nada Petro se comporta con la prensa como se comporta), pero todavía estamos a tiempo de aprender de los errores ajenos y corregir nuestro rumbo.
Si a la prensa de verdad le interesa crecer y producir contenido de calidad para los consumidores, debe ser capaz de permitir la crítica sin entrar en pánico y victimizarse descaradamente al estilo de los hermanos Sarabia.